martes, 9 de julio de 2013


Nos están espiando
Desde los acechos de la audacia,
desde la roja frase del lamento,
desde la voz del trueno y del oleaje,
desde los objetos transparentes,
desde las calles taciturnas,
desde la condición inteligente.

Nos vigilan
para quitarnos de un zarpazo
el tesoro inicial de la caricia,
la individual presencia del instinto,
la luminiscencia de nuestro yo fecundo.

Nos están espiando...
Minuto a minuto, paso a paso,
para secuestrarnos
el mundo luminoso de la flor,
el perdón y el sagrado pan,
la inmensa sensación de lo creado,
el verde ramaje de los árboles,
los nidos y los vuelos primigenios,
la potestad de la oración.
Nos quieren despojar de la noción del tiempo,
la calidez de la alegría.
 
Nos envían mensajes autónomos
para doblegar nuestro albedrío.
hacernos sumisos de sus archivos claves,
esclavos, solos, atiborrados,
sin el valor del estoicismo.

Nuestros cerebros sin refugio
para pensar, amar, jugar, sonreír.
Enclaustrados en nuestro propio encéfalo,
neuronas esparcidas por la planicie de la nada.

Nos están espiando
con la invención macabra.
Quieren saber por dónde caminamos,
qué hacemos, qué nos repartimos
cada día, cada minuto.

La libertad transitaba espontánea
cuando sobre el planeta
no cundían los ingenios tenebrosos,
cuando el grito se esparcía por el universo.
Solo los ecos transgredían 
la intimidad del hombre legendario 

Estamos vigilados,
alguien nos capta el movimiento,
alguien que se parece a Dios,
alguien que tiene las espadas electrónicas
y nos marca las fronteras.

Las cúpulas del tiempo
sitúan las alturas primordiales,
estamos frente al monstruo
que se oculta y no aparece.

Estamos vigilados
en la tarde final del heroísmo
sintiendo la miradas punzantes
que nos hincan los poros.
 
Porque nadie sabe si algún día
seremos solo engendros,
robots de sentimientos.
¿Podremos comprimir nuestra materia
y nunca nos alcance
el nefasto rayo
que paralice nuestra esencia,
la tibia turbulencia de la vida,
la vehemencia de los puños?
Y el amor tenga su piel despierta,
manos cálidas que recorran nuestros cuerpos,
limpios ojos que nos miren
con el ímpetu de la causa infinita.
 
El paraíso está latente,
las aves aún tienen periplos inviolados,
la silvestre armonía cumple su ciclo exacto,
el ser humano entona sus nítidos concentos
para poblar su génesis en paz y poesía.

GALO ESPINOZA ORQUERA

 

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